mojaba tus ojos, calaba tu ser.
Tu vida pequeña, porque no era tanta,
se estaba escapando por una mujer.
Aquella señora, tan joven y bella,
(que tan sólo es bella, porque no es señora),
llenó tu alma toda con fulgor de estrella
sin jamás decirte que su amor de ahora
fue sólo el capricho de buscar placer.
Ella no merece llanto ni cariño,
nada más es hoja mecida en el viento,
la bruja en escoba que al alma de un niño
la deja aterrada, triste, sin aliento.
¿Cómo te lo explico? ¿Cómo te lo digo?
Si en la flor gestante de tu vida nueva
apenas despunta el nuevo pistilo
e incipiente aroma la brisa se lleva
cuando aún tu corola no se conformó.
Pobre chico ingenuo de antigua plazuela,
albores trocando en muy negras noches
por nada importante, por la mujerzuela
que va por las calles deteniendo coches.
También yo fuí joven, también mucho amé,
y un día, temblando, tirado en la acera
de antigua plazuela muy solo quedé
por nada importante, por una cualquiera
que llegó a mi vida y no supo amar.
Pero una mañana me llegó tu abuela,
me trajo a tu madre, que es todo fulgor,
y, como regalo al alma que vuela,
me alcanzó tu vida, que es mi gran amor.
¡Levanta los ojos! ¡El cielo es tu meta!
El Sol ya deslumbra trayendo calor.
Escucha a las aves, al mar, al planeta
antar sus amores en mañana nueva:
¡Hay una esperanza tras cada dolor!
Karl Sefni
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