Una sombra de lluvia humedeció sus ojos,
resplandeció en su rostro con brillo sin igual
y dibujó en su boca un arco de esperanza:
la sonrisa eclipsada de quien sabe esperar.
Y escapó por senderos que ahora están perdidos,
escapó a las montañas rodeadas por el mar,
porque allá, en lo muy lejos, aún ella tenía
la sonrisa eclipsada de quien sabe esperar.
Esperó por mil años a que yo regresara,
bajo el pálido manto de un enigma lunar,
y esperó en el día, bajo un sol que abrasaba
la sonrisa eclipsada de quien sabe esperar.
Y aún me sigue esperando, con dolor de mi vida,
la dulce compañera que no supe olvidar,
aquella que mantiene en su rostro magnolia
la sonrisa eclipsada de quien sabe esperar.
Karl Sefni
Miami, 2009
viernes, 11 de diciembre de 2009
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